Me llaman tóxico, pero en realidad estoy intoxicado

Al menos en España, no sólo banqueros y constructores han propiciado una burbuja que también tuvo efectos positivos 

Me llaman tóxico, pero en realidad estoy intoxicado

Aunque indirectamente, en EEUU se les llama tóxicos o basura, aludiendo así a los paquetes en los que se integran sus deudas con alto riesgo de impago, lo cual no deja de ser un despectivo y cruel eufemismo para referirse a los endeudados. En España, con más sutileza, siguen computándose como riesgo de morosidad. Pero intoxicar generalizadamente mediante hipotecas por pisos sobrevalorados ha sido una de las bases del motor económico, en parte con beneficios generalizados. Ahora que ha empezado la cumbre en la que se discute sobre una hipotética refundación del capitalismo sobre valores éticos y se apunta insistentemente a la codicia de bancos y constructores, tampoco conviene perder de vista que muchos ciudadanos anónimos en buena situación económica hicieron de la inversión en el ladrillo una forma de obtener seguras y sustanciosas revalorizaciones.

Además de la impotencia política y los déficit de la regulación, la crisis ha puesto en el disparadero también el papel de los bancos y de la especulación como motor del sistema, con un alejamiento de la economía real. Se buscan responsabilidades, hemos vivido dentro de una gran mentira diseñada por expertos en tecnología financiera. Pero, ¿al menos con algunas de las particularidades del caso de España es así? ¿Y el papel de los ciudadanos de a pie?

Una burbuja que benefició a muchos
En esta crisis en la que se solapan elementos internacionales con problemas estructurales nacionales, en España los problemas tienen un nombre propio: burbuja inmobiliaria. No se trata de una burbuja propiamente dicha porque el precio no ha caída todavía abruptamente, aunque algunas medidas para evitar el colapso financiero redundan también en evitar esto. A veces no hay que hablar de especuladores escondidos en paraísos fiscales ni de complejos subproductos financieros. En los últimos años nada ha habido tan real en nuestro país como la construcción convertida en motor del crecimiento. Y como motor la construcción conlleva muchas ventajas. Necesita mucha mano de obra y multiplica los negocios auxiliares que se benefician de ella, y en lo fundamental no se puede externalizar en países con mano de obra barata, como la industria clásica a la que ahora se vuelven todas las miradas con la expectativa de encontrar una boya de salvación.

El reverso del motor
Pero el ladrillo está también detrás de algunos de los capítulos más negros de nuestro desarrollo, desde la corrupción municipal hasta la degradación del litoral o la inversión especulativa. El presidente de la Asociación de Promotores y Constructores de España, José Manuel Galindo, se felicitaba recientemente en una entrevista que se debía recordar que todos aquellos que apostaron hace años por la inversión en ladrillo habían obtenido rentabilidades superiores a las de la Bolsa. Como en toda burbuja, los que pierden son los últimos en incorporarse. Como en los más burdos sistemas piramidales, los que quedan atrapados son los que no han salido a tiempo.

La rentabilidad del ladrillo
Por absurdo que parezca, la irracionalidad de comprar vivienda con sobreprecio en la expectativa de una revalorización infinita ha mantenido artificialmente el sistema, tanto en sus aspectos positivos como en los negativos. Y los que utilizaron segundas (o más) viviendas como inversión han abocado a los que la necesitaban realmente a endeudarse al límite de sus posibilidades. Con la llegada de la desaceleración y el aumento del paro, ahora muchos de los que llegaron tarde se convierten en peligros potenciales para todo el mundo. En EEUU a los eslabones más débiles de la cadena se les llama tóxicos o basura, aludiendo a los paquetes en los que se integran sus deudas con alto riesgo de impago, lo cual no deja de ser un despectivo eufemismo para los endeudados.

Irracionalidad lógica
En España, con más sutileza, siguen computándose como riesgo de morosidad. Los bancos asumieron el riesgo, y no encontraron mejor salida al dinero barato que obtenían del sistema que hacer de los créditos hipotecarios una de sus bases de negocio. Si hubieran sido racionales, ¿cómo hubieran concedido un crédito a treinta o cuarenta años cuando el trabajo fijo es una utopía para gran parte de la población, créditos concedidos sin más aval que el de un piso cuyo valor depende precisamente de que no se pare la venta de inmuebles? Lo absurdo de la irracionalidad, desde la bancaria hasta la de los consumidores, es que tapó muchos de las vergüenzas de nuestro deficiente modelo de crecimiento. Y es que en España lo realmente antieconómico durante mucho tiempo ha sido no endeudarse hasta las cejas. Aunque quienes no hayan entrado en esta dinámica puedan esperar legítimamente un desplome en el precio de la vivienda que premie ahora su apuesta, no se trata de un panorma deseable para el conjunto de la economía. Las moratorias hipotecarias y por tanto el intento de frenar excesivos embargos también contribuye a evitar una excesiva caída en los precios.

Fabricando tóxicos-motores
Así, los tóxicos son en realidad intoxicados, y aunque ahora se conviertan en apestados, durante años todo fueron sonrisas y reclamos publicitarios por parte de bancos y constructores. Se les reclamaba para mantener el fogón. Muchos hipotecados pudieron negarse a entrar en la rueda, pero más allá de su transmutación en objeto de rentabilidad para inversores de a pie y en garantía para la jubilación, quizá hubo ingenuos que pensaron que una casa era un lugar en el que vivir. La hipoteca es además uno de los acicates más eficaces que se han constituido a la hora de acepar algunas precariedades laborales. La toxicidad forma parte del modelo económico que entre todos hemos construido. Es lo más caro, pero la vivienda no es lo único que consumimos sí o sí. Ya se apunta a la energía como el sector que debe tomar el relevo como motor de crecimiento, aunque esa ya es otra historia.

Publicado originalmente en El Plural en noviembre de 2008

 

 

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