Orgullo público (y II)

Orgullo público (y II)

¿Un cuento épico de sangre, sudor y socialdemocracia?

Las formas perdieron a Pedro Castro cuando indagaba por las razones de muchos de los votos de la derecha, y así, la pregunta ha quedado lamentablemente en el aire… Se puede replantear la cuestión en términos completamente opuestos… ¿por qué hay gente lista que vota al PP? Más allá de los que sienten sus intereses económicos mejor defendidos por esta formación, ¿por qué hay gente que ha crecido en un entorno de protección social, educación y sanidad pública, muchos licenciados en universidades estatales, que pueden lanzarse en los brazos de las políticas privatizadoras del PP en Madrid y en Valencia?

Se podrían abordar la cuestión aludiendo al españolismo o al terrorismo, dos banderas del PP en los últimos años, pero eso sólo no basta y tampoco toca. Ahora se presenta la política en términos de relato, es decir, una narración clara, metafórica, con la que puedan identificarse los ciudadanos. En palabras de Stanley Green, asesor del Partido Demócrata estadounidense, “el relato, la narración, es la llave de todo”, lo que allí significaría que el sueño americano encarnado por Barack Obama ha derrotado al veterano de guerra McCain y a la madre de América, Sarah Palin.

Lo que hay es mucho listo

En España, la derecha es muchas veces mejor cuentista –aplicar aquí el término relato sería un eufemismo- que la izquierda. Es capaz de montar una huida entre cándida y gloriosa a partir de la sangre real de otros. Es capaz de recurrir al discurso de Sarkozy sobre la ética del esfuerzo personal mientras dinamita el único puente real para el ascenso social y la igualdad de oportunidades, la educación. Muchos “listos” que ya han cruzado el puente están dispuestos a ayudar en la colocación de los cartuchos, en levantar una empalizada en su orilla y a gritar luego continuamente lo amenazados que se sienten por los de fuera. En una sociedad que prima lo individual sobre lo colectivo y apela a la competencia continuamente, es indudable que la derecha cuenta con muchas ventajas a la hora de enarbolar el discurso de que estás donde te mereces. La mentira de este relato es que no todos tienen las mismas oportunidades.

Risas y cervezas

La derecha populista es eficaz porque se ha apropiado en buena parte del discurso antisistema y canaliza mejor la frustración contra el poder. Es divertido hacer parodia y convertir todo en ridículo, o estar todo el día de chirigota sin aportar nada más allá de la crítica gruesa. El panorama mediático de la derecha española está plagado de reaccionarios emuladores de Valle-Inclán que juegan a deformar la realidad y a reírse de todo mirándolo desde arriba bien resguardados del frío. Quizá no sean excelentes narradores, pero tienen buenos referentes, desde el anteriormente citado hasta los clásicos griegos y romanos de los que se apropian. O a Chesterton, un escritor que hacía bandera del catolicismo, de los cuentos de hadas y de los parroquianos de las tabernas británicas, cuyos relatos están llenos de vitalidad.

El estigma del aburrimiento
La socialdemocracia lleva consigo el estigma del aburrimiento. Y la intelectualidad más izquierdista, desde Saramago a Sánchez Ferlosio por ejemplo, tiene el sesudo aroma de la derrota, que no por legítima y atractiva en ocasiones, puede dejar de ser paralizante en el campo de batalla, además de que no son lecturas fáciles. La izquierda populista, simplemente no apasiona a nadie en este lado del Atlántico.

Un cuentecillo
La izquierda podría convocar un concurso de relatos abierto a todos los ciudadanos. Uno podría ser el siguiente, en el que como en el relato socialista de los últimos años, sale la Iglesia, pero no para entrar en debates simbólicos extenuantes. Ahí va: una ciudad vive bajo un modelo en el que el dinero de todos sirve para garantizar el acceso a la sanidad y a la educación pública, con universidad y formación profesional de calidad, y una Seguridad Social que es eso, una caja de cobertura creada entre todos para todos. La iniciativa privada y los emprendedores tienen su sitio, sólo que el punto de partida es básicamente común para todos. Los antagonistas viven en otra ciudad en la que se respeta la tradición y los privilegios, los impuestos sirven para garantizar la propiedad privada y el orden público únicamente, y la Iglesia se ocupa de la asistencia social y junto a un Estado reducido al mínimo, también becan a algunos de los muchachos de la grey que se destaquen, porque no hay estructura que se mantenga sin cerebros o al menos sin esperanza. Los ciudadanos son libres de elegir uno u otro modelo, de vivir en un sitio o en otro.

¿La realidad?
Como todos los cuentos, es muy infantil. Y es que en la realidad, unos modelos conviven con otros, se superponen y no es fácil elegir, ni en la mayor parte de las ocasiones posible. Como en los libros de Paul Auster, existen diferentes niveles vitales, círculos concéntricos y tangentes, espacios reales y otros de ficción que en ocasiones se confunden. Lo que está claro es que, si la socialdemocracia no es compatible con un western, con Tolstoi o con Stendhal, entonces es que está muerta, por mucha crisis que demuestre que es lo mejor en términos racionales.

Publicado originalmente en El Plural en diciembre de 2008